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La evaluación es una actividad frecuente y común en nuestra vida diaria, constantemente nos vemos obligados a tomar decisiones, para las cuales previamente debemos realizar alguna forma de valoración.
Por ejemplo, para decidir cuál es el momento más oportuno para cruzar una calle, realizaremos una rápida apreciación de la situación, aunque no tomemos conciencia de que la estamos efectuando. En otras oportunidades, por ejemplo, cuando debemos decidir la compra de una casa, la decisión es más difícil y por lo tanto el proceso evaluativo que le sirve de base es más complejo.
En la tarea docente, así como en la vida diaria, la evaluación se halla integrada en la esencia misma de la actividad. En muchas oportunidades se realizará en forma casi inconsciente, cuando, por ejemplo, se decida cuál es el momento más conveniente para finalizar un trabajo grupal.
En otros casos, las decisiones serán más complejas, por ejemplo, cuando se trate de determinar qué alumnos deben ser promovidos.
Sin embargo, sea cual fuere la complejidad de la decisión a tomar, siempre la valoración será una actividad importante, puesto que se halla en juego el aprendizaje de los alumnos.
La evaluación depende fundamentalmente de la capacidad del docente para formular juicios fundamentados y objetivos sobre el valor de un determinado aspecto del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Para elaborar dicho juicio, los instrumentos constituyen una valiosa ayuda, aunque no son soluciones mágicas, sino que su función consiste en proporcionar información objetiva, sobre la cual el docente tomará decisiones.
Cuanto más precisa sea la apreciación de la situación, más eficaz será la conducción del aprendizaje hacia el logro de objetivos.
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